septiembre 08, 2010

QUEST FOR FIRE

LA BÚSQUEDA DEL FUEGO


"Ni aún permaneciendo sentado junto al fuego de su hogar
puede el hombre escapar a la sentencia de su destino."
Esquilo

Nuestra especie es gregaria por naturaleza. Desde los tiempos de las cavernas, las preocupaciones más elementales como el techo, el vestido y el alimento, han podido ser satisfechas gracias al empleo de estrategias y herramientas producto del contacto social con otros individuos; en el caso de la película, esta variopinta horda depende de una comunidad y coordinación medianamente sólida para hacer frente a las adversidades de origen ambiental o animal.

La horda despelleja a las bestias para aprovechar hasta la última gota de su ser, incluyendo los huesos (confección de utensilios y ornato), la carne y las pieles (que sin los estiletes hechos de hueso, no podrían convertirse en abrigo).

La práctica de incinerar las puntas de ciertas ramas para agregarles dureza y que sean de utilidad para la caza, es un conocimiento empírico transmitido gracias a gestos y un mero ensayo de imitación. Sin embargo, no sería posible cocinar los alimentos ni fabricar estas rudimentarias armas sin un elemento clave… un elemento que se encuentra en perpetuo viaje entre la creación y la destrucción; el fuego.

El fuego, más allá de forjar una intrínseca parte de nuestro pensamiento y prestarnos un espectáculo hipnotizante y mágico, ha fascinado al ser humano por sus más sencillas propiedades, como son el brindar calor, seguridad y, como se observó en el film, un lugar para convocar a los otros y compartir experiencias (de igual forma, sentarse alrededor de una hoguera para preparar los alimentos). Este elemento, más que ningún otro, cohesionó a las primeras sociedades. El agua, un sustento vital. La tierra, un lugar de nacimiento. El aire, el hálito de los dioses.

Muchos codiciaron el fuego en la prehistoria; distintas hordas entablaron guerras entre sí por poseer las chispas del poder, ya fuese por medio de intimidantes alaridos e ininteligibles llamados de lo gutural o la aplicación de destrezas bélicas de sobra conocidas; nuestro concupiscente y primitivo protagonista se ve envuelto en un conflicto al inicio de la historia, resultando en una tragedia de proporciones paleolíticas. El fuego de la comunidad… cesa su existencia. La horda está condenada a morir en el invierno. La tarea del minimalista relicario abandona la seguridad de la cueva.

Una escena que considero magistral, es cuando nuestro protagonista y dos compañeros más “platican” con lo que parece ser el chamán; sin verbalización y a través de los vivos gestos de todo el elenco, surge un problema tan viejo como los mamuts. ¿Quién tendrá la sagacidad, valentía y fuerza para resucitar el relicario? Varios miembros de la horda parecen estar inconformes con la decisión del líder espiritual de confiarle semejante misión al protagonista y, en una suerte de atemporalidad visual, podemos ver a Popocatépetl… a Aquiles… a Sigfrido… o al mismísimo Percival (algo despistado, pero con una voluntad inmutable) arrebatar el contenedor de fuego de las manos de aquellos “no elegidos por el espíritu” (llámesele Huitzilopochtli, Zeus, Wotan o Jesucristo). El protagonista ha tomado una decisión que cambiará su vida para siempre. El viaje comienza.

Comer o ser comido, vencer o ser vencido. Nuestro curioso grupo en medio de un maratón olímpico de ida y de regreso, se enfrentan a toda clase de hostilidades; tigres dientes de sable con una paciencia a prueba de lanzas y una horda de caníbales que tienen raptada a una mujer en espera de ser parte del primigenio menú, van desfilando mientras las primeras nieves caen sobre la primitiva tierra. Un elemento salta a nuestra percepción; los utensilios, la vestimenta y el maquillaje de cada una de las hordas expone tanto los valores estéticos y religiosos… como bélicos. El hombre de las cavernas se enfrenta al hombre del oasis y la sabana, y una experta fémina versada en la herbolaria, que pareciera ser “un demonio de oscura piel y cabellos de serpiente”, se convierte en la acompañante inseparable del trío cavernario; surge entonces el choque de civilizaciones, elemento fundamental en el desarrollo del mundo que conocemos hoy.

No distamos mucho de aquéllos hombres de las cavernas; aunque nuestra tecnología es ciertamente más avanzada y hemos desarrollado un sistema de lenguaje tan diverso que podemos hablar entonces de cultura, identificación con el grupo y territorio originario… aún así, nuestros instintos básicos permanecen sin mayor alteración. Tal vez, este sea el mejor secreto guardado por la naturaleza. El arte nos puede ayudar a desentrañar este y muchos otros misterios; cuestión de que nuestro propio fuego como sociedad no cese en su andar.

Escrito por Miguel Alexis López Segurajáuregui

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